Aunque el mismo gremio acepta que la reinvención es difícil para este sector, la pandemia lo está obligando a considerar alternativas para sobrevivir: moverse a nuevas zonas rosas con menores arriendos o convertir al arrendador en un socio del negocio son algunos de los cambios que podrían servir para sobrellevar la emergencia.
Esta semana la Organización Mundial de la Salud (OMS) informó que la vacuna contra el COVID-19 estaría lista hasta mediados de 2021. Si bien algunos sectores se han adaptado al trabajo en casa y otros han logrado retomar operaciones con estrictos protocolos de seguridad, hay una actividad que por su naturaleza podría ser la última en abrir: la rumba.
Los desplazamientos desde diferentes zonas hacia los centros de vida nocturna, las aglomeraciones, el contacto físico y el baile representan un riesgo en el mundo regido por la pandemia. En el mejor de los escenarios, en los próximos meses podrían reabrir los locales con el concepto de bar y restaurante, y de hecho Asobares ya propuso un sello de bioseguridad para impulsar esta idea. Pero en el caso de la rumba dura y pura, su reactivación dependerá de la superación de la pandemia, lo cual podría tardar más de un año.
Es claro que un período así de inactividad transformaría cualquier industria, y en el mundo ya se están viendo cambios en los otrora grandes referentes de la vida nocturna. Por ejemplo, en Perú, Valetodo Downtow, la mayor discoteca LGBTIQ, se convirtió en una tienda de bienes básicos atendida por drag queens para mantener el empleo de sus colaboradores. Los bares de rumba en Colombia también deberían estudiar cambios de este tipo para sobrevivir esta crisis sin precedentes. El cambio puede ser difícil, pero también podría ser una oportunidad para modificar prácticas insostenibles.
Movidos por el arriendo
En las últimas décadas se han venido formando epicentros de vida nocturna en las principales ciudades del país, las llamadas zonas rosas. En Bogotá, la más emblemática está entre la calle 82 y 85, y las carreras 11 y 15. En Medellín está el Parque Lleras y sus alrededores, y en Cali está El Peñón, Granada y Ciudad Jardín.
La consolidación de estas zonas trajo en consecuencia un incremento de los arriendos. De hecho, la Zona Rosa de Bogotá ocupó la posición 16 en el ranquin de las calles más caras del mundo, según el informe “Main Streets Across The World 2019”, realizado por Cushman & Wakefield. El metro cuadrado supera los $330.000, lo que implicaría que establecimientos de tamaño mediano pagarían arriendos de más de $50 millones mensuales (y hay casos de más de $200 millones).
Los contratos de arrendamiento también pueden tener sus particularidades: en la mayoría de los casos se maneja el tradicional canon, pero también se presenta el modelo variable en el que se debe pagar un costo fijo y un porcentaje de las ventas, que podría oscilar entre 10 y 15 %. Y se ven casos en los que se debe pagar una prima para poder tomar el local antes de que venza el contrato vigente.
Aunque antes de la crisis estos tipos de arriendos eran aceptados por los empresarios del sector, ahora es un costo que está asfixiando a los establecimientos comerciales. Según Asobares, antes de que comenzara la pandemia, Colombia tenía 50 mil bares registrados (formales) que generaban cerca de 250 mil empleos, de los cuales el 23,2 %, es decir, cerca de 11 mil establecimientos, se han visto obligados a cerrar sus puertas.
El alto costo del arriendo y la imposibilidad de llegar a un acuerdo con los propietarios de los locales (arrendadores) son algunos de los principales factores por los que los bares han tenido que cerrar. Por eso han surgido llamados a flexibilizar y cambiar las prácticas de bienes raíces.
Julio Correal, empresario de la industria del entretenimiento, explica que “algunos propietarios de los locales de la Zona Rosa de Bogotá han ofrecido un descuento cercano al 50 % en los arriendos, pero el 50 % que falta lo cobrarán más adelante (se acumula). Esto no sirve, los precios que se venían manejando ya no seguirán siendo viables una vez pase la pandemia. Cuando llegó el virus la rumba se encontraba en su mejor momento, entonces no tiene sentido comparar ambos períodos (prepandemia/pospandemia). Hay que tener en cuenta que una vez vuelvan las rumbas las personas no tendrán el mismo poder adquisitivo, por lo que se puede demorar un tiempo mientras la demanda da para poder pagar los arriendos de antes”.
Correal agrega que “para que el sector se recupere el valor de los arriendos debería bajar al menos un 50 %, pero debe ser una reducción real (durante todo el contrato). De lo contrario, muchos rumbeaderos y bares se irán de lugares como la Zona Rosa de Bogotá y se desplazarán a barrios con menores costos, tal vez San Felipe. Pero lamentablemente los propietarios de los locales se han mostrado reacios a bajar sus precios, y el problema no es lo que ha pasado sino lo que falta por pasar. El panorama es realmente complicado y hay que ser flexibles”.
Además, la caída de los arriendos parece algo inevitable en esta coyuntura. Federico Estrada García, gerente de La Lonja de Propiedad Raíz de Medellín y Antioquia, señala que “es probable que haya una disminución en los precios. Sin embargo, hacemos un llamado a la conciliación entre las partes que intervienen en el sector inmobiliario, con el fin de apoyar la reactivación económica y social que conduzca al beneficio progresivo de todos”.
El papel de los arrendadores es clave: puede ser tanto el verdugo como el salvador de esta actividad. Si se mantienen los precios, no solo se seguirá asfixiando a los bares de rumba, sino que podría provocar el surgimiento de nuevas zonas rosas en barrios con menores precios. Bajar los cánones ayudaría a la recuperación del sector, salvando empresas y empleos.
Los nuevos modelos
Es la primera vez que surge una contingencia tan fuerte como para cuestionar el rígido modelo de la rumba en Colombia. Esto significa que pueden aparecer nuevas propuestas, que además de ayudar a la recuperación del sector, pueden corregir distorsiones o problemas de mercado.
Tato Ospina, empresario de bares en Bogotá, propone que “el propietario del local (arrendador) debería tener una nueva figura, debería ser una especie de socio del bar. De esta manera si al bar le va bien, también le va bien al dueño. De todas formas se tendrá que pagar un canon fijo aunque al negocio no le vaya bien, pero con este modelo se puede acordar un arriendo menos agresivo”.
Esta recomendación es similar a los contratos de arrendamiento en los que se paga un parte fija y otra variable. Sin embargo, en vez de repartir un porcentaje de las ventas brutas, se distribuyen las utilidades netas a las que tienen derecho los accionistas de un negocio, lo cual mejora significativamente los balances financieros.
Pero en el exterior también han surgido algunas propuestas que no muestran mucho potencial para aplicarse dentro del mercado colombiano. Por ejemplo, en Estados Unidos hay discotecas que permiten la entrada gradual a personas por 20 minutos: tiempo en el que pueden tomar algo y escuchar música electrónica, pero sin bailar. También hay iniciativas de promover la experiencia de la fiesta en casa. Sin embargo, este modelo podría tener problemas en Colombia, pues el Código de Policía limitaría su atractivo y utilidad e incluso podría hacerlo ilegal en algunos casos.
Adriana Plata, directora ejecutiva nacional de Asobares Colombia, asegura que “lastimosamente la palabra reinvención para nuestro sector es muy poco probable. Algunos han optado por llevar a plataformas digitales conciertos y algunos eventos, pero este ha sido más un ejercicio de conservación de marca. Y los domicilios han sido una alternativa para los que incorporan el concepto restaurante, pero las ventas por estos canales no supera el 20 % de lo que se registraba antes de la pandemia. Es decir, no es una solución para cubrir todos los gastos”.
La recuperación
Sebastián Muñoz, líder de la práctica de real estate en Deloitte para la región Andina, explica que “esta crisis no tiene precedentes: la oferta está paralizada completamente por órdenes del Gobierno y la demanda también está muy golpeada por el deterioro en el poder adquisitivo. Sin embargo, hay que tener presente que los bares, restaurantes y discotecas ubicados en las zonas rosas no suelen durar más de dos años, tienen una rotación altísima, se reinventan constantemente. Entonces, es un sector que puede reactivarse rápidamente una vez las condiciones lo permitan”.
Sin embargo, Muñoz indica que “los arriendos sí deberían bajar para poder estimular esta recuperación o llegar a concesiones: por ejemplo, dar un período de gracia de algunos meses si definitivamente no es posible bajar el arriendo. Pero a pesar de las duras condiciones actuales, se espera una recuperación fuerte en el sector. Cuando pase la pandemia las personas querrán ir a los bares, restaurantes y discotecas”.
De las iniciativas internacionales son interesantes las apuestas enfocadas a desmarcarse del hedonismo fiestero, pues buscan que los bares y rumbeaderos tengan un rol más relevante y rico para la sociedad (y así no ser los últimos en abrir en estas emergencias). Por ejemplo, en México hay esfuerzos para impulsar la experiencia gastronómica de alto nivel, y en Europa han surgido propuestas para fomentar espacios culturales, como exposiciones de arte y lectura de libros, tanto presenciales como en línea.
Asimismo, un factor que tal vez no se pueda aprovechar ahora, pero sí en el futuro, es el dólar caro: desde finales de febrero de 2020 la tasa de cambio ha registrado máximos históricos, de hasta $4.180. Y en las últimas semanas se ha mostrado estable entre los $3.600 y $3.700, casi un 15 % más alto del promedio de la tasa de cambio en 2019. La devaluación representa una oportunidad para el turismo de vida nocturna, el cual ya existía y venía creciendo antes de la pandemia (una vez se puedan normalizar los viajes, claro está).
La prueba de fuego podría darse en diciembre. No es claro si las condiciones permitirán darles a los ciudadanos un respiro en el confinamiento. Pero en caso de que vuelvan las rumbas, será una oportunidad tanto para confirmar temores y corregir comportamientos, como para validar nuevos modelos que permitan recuperar vida social sin generar nuevos riesgos de contagio.
En algo que coinciden todos los consultados es que la rumba nunca morirá en un país como Colombia. De hecho, la preocupación ahora son las fiestas clandestinas, que representan un riesgo de infección por la falta de protocolos de bioseguridad.
Sin embargo, la pandemia puede ser la oportunidad para que surjan nuevos modelos que contribuyan a la recuperación y a hacer más eficaz esta actividad que más de uno extraña.
Fuente: El Espectador